domingo, 24 de abril de 2022

Los alteños también escriben

Comentario al texto: Los hijos de Goni de Quya Reyna

Por: Pablo Velásquez M.

Generalmente no leo literatura boliviana porque desde hace mucho tiempo llevo el prejuicio de que todo en Bolivia es siempre  un remedo. El eco o a veces cacofonía no solo que no es agradable, sino que merma la capacidad intelectiva. Pero el texto de Quya Reyna, Los hijos de Goni, me ha generado el suficiente interés para leerlo y criticarlo. Me interesa saber mucho sobre qué escriben los alteños y cómo se perciben así mismos.

La idea maestra del texto es una invitación a hablar sobre la ciudad de El Alto.

Para este propósito es necesario realizar, al menos, una revisión de la autora, el público, el texto y el contexto.

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Por lo primero, Quya Reyna (pseudónimo de Reyna Maribel Suñagua Copa) escribe de manera controversial.

Recientemente se difundió algunas declaraciones suyas en varias plataformas y medios. Ella dijo: “Santa Cruz, morena e india, va a desplazar a la élite cruceña”, lo que generó varias simpatías y mucha animadversión. Pero la élite cruceña no se inmutó, tampoco la población migrante kolla.

Los únicos que reaccionaron por la insolencia fueron los “cambalanes” o grupo de radicales. También los simpatizantes de grupos de activistas y progres que defienden a la autora. Curiosamente, no se defiende sus ideas, nadie adscribió a ellas, solo defendieron a la “pobre alteña”.

 Este no es el espacio para discutir el tema, la idea no es nueva, la planteó F. Untoja hace mucho tiempo; pero sí lo hizo Quya Reyna y en Santa Cruz. Por sus declaraciones algunos suponen que el libro trata sobre política, descalificándolo de inmediato, y otros, validándolo por el mismo motivo.

¡No!, el libro no trata sobre esas declaraciones.

Pero algo es claro, Quya Reyna, de la misma forma en que escribe, habla.  Tiene un importante valor el decir y escribir las cosas en el tiempo preciso.

Eso es justamente lo que hizo el 2019 con el relato: “Déjame llorar”, en relación al lamento de una generación por la caída de Evo Morales. Aquel escrito reflejó el sentir de muchos alteñas y alteños que veían como su más caro anhelo se esfumaba tan rápido y tan pronto.

Eso es lo que escribe Maribel Suñagua.

Claramente, su relato es social y encarnizado. Cuando escribe en algún post de sus redes sociales, siempre se ve una posición política que puede caracterizarse como alteña, popular y aymara.  Aunque, algunas veces, surge el discurso del feminismo e indianismo.

Quizá por esa capacidad de transmitir lo que cierta parte de la población quiere, es la razón por la que ha logrado cierto re-conocimiento en corto tiempo.

Como “buena alteña”, Suñagua se ha propuesto escribir desde El Alto; pero, ¿escribe para El Alto?  ¿Escribe para los alteños?

Ocasionalmente, la oí quejarse dramáticamente porque los alteños no la leen, sino los otros, los “jailones”.

Otra vez, la cuestión es importante, ¿Lo está logrando? ¿Qué se hace para escribir para los alteños? ¿Qué se hace para que te lean? ¿Leen los alteños?

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Con esto paso al público, que puede caracterizarse de varias formas. Pero el corolario es: no hay una tradición literaria en El Alto.

Claro: ¿Cómo podría haberla en apenas 30 años de existencia? ¿Cómo podría haberla, si el indio recién empezó a leer después del 52? ¿Cómo podría haberla, si el aymara recién ingresó a la universidad en los 80s?

A pesar de todo, la ciudad de El Alto es la segunda ciudad en economía y población de Bolivia. Pero no lo es en tradición literaria, ni se lo debe a ella.

En letras:

En El Alto no se lee, y si lee, se lee mal.

El panorama de la lectura en Bolivia no es alentador ciertamente.  J. Komadina en 2018, indica que, en el eje troncal, La Paz, Cochabamba y Santa Cruz, 43% de la población afirma que no leyó un libro en todo el año. Se evita leer novelas, cuentos y poesía.  Quienes compran más libros se hallan en La Paz con 71%, los cruceños 67% y apenas un 30% los cochabambinos.

Datos más recientes del 2020, para la cámara departamental del Libro de La Paz, muestran que hay una leve mejora en el hábito de lectura, de 48 a 46% de gente que no lee ningún libro al año. Y según esta fuente, el grupo etario lector, es el más joven de 18 a 25 años.

En general, la mayoría de la población no lee en Bolivia, de lo cual es participe la ciudad de El Alto, a pesar de que no hay datos concretos.

Pero temo por mi experiencia (de docente y corrector de textos) que el resultado puede ser catastrófico. En los últimos años y reiteradas pruebas, un 90% demostró tener problemas de lectura, desde la incapacidad para la pronunciación hasta la total inaprehensión de los contenidos.

Y si no se lee, tampoco se escribe, o se lo hace defectuosamente. El problema no es solo en el nivel primario o universitario, también lo es en el nivel profesional: médicos, abogados, ingenieros, arquitectos, etc. comparten el flagelo, a la vez que PhD (s) y MSc (s) no pueden escribir un párrafo correctamente. Muchos de ellos conseguidos por el favor o la discriminación positiva. El Alto como capital de la nación Aymara, es su fiel reflejo.

Y sobre la adquisición de textos, no hay la “voluntad” suficiente para comprar un libro. En El Alto se tiene el “complejo de pobre”, todo debe ser a mitad de precio o regalado. Y no es que no haya capacidad económica realmente, solo no se compra literatura “que no es necesaria u obligatoria”.

Para consuelo, sí, siempre hay excepciones.

Esto me recuerda a algunas anécdotas ejemplares sobre esta incapacidad:

Una, en un curso de educación superior. Como es costumbre, el docente a cargo manda a organizar la repartición de tópicos para ponderar el conocimiento sobre determinado tema o autor. Todos en el curso anotaron el tema elegido y vino la primera presentación. Tras la revisión de algunos estudiantes, el docente se hacía más demandante, hasta que llegó el turno al estudiante al que se le designó la temática: las raíces del marxismo. Todo parecía en orden y, entonces, el docente leyó en voz alta: “qué es raíz, cuántos tipos de raíces hay, la raíces y las plantas, etc.”, y luego, exclamó: “Este es el peor trabajo que he visto en mi vida, has confundido todo.” Desde luego, el estudiante reprobó. Pero no era por mal estudiante, solo no sabía leer.

La otra es cuando fui echado como docente por hacer leer a los estudiantes. Como ingenuo pensé que podría dar algo más y dispuse que a fin de ofrecer más material y practicar lectura, leyéramos en cada cierre de tema algo en específico. Al cabo de medio mes, varios estudiantes fueron a quejarse a dirección pidiendo mi cambio. El director me llamó para pedir explicaciones y cesarme de mi docencia.  Él nunca se atrevió a decir que los estudiantes se quejaron porque les hacía leer (cómo podría en una casa de estudios), pero comprendí sus razones y le pregunté si era por ello, él solo asintió. Acepté su decisión y me fui con una sonrisa; me echaban porque los estudiantes no querían leer.

La segunda apreciación es que hay una actitud pusilánime y rastrera todavía persistente. Es decir, abundan los llunk'us, incluso en las letras.

Siempre que llega un autor reconocido o destacado, asoma el llunk’u para quedar bien, para fingir que comprende el tema con el invitado desde hace mucho y que, además, es su amigo, y no para de repetir nombres de autores que no ha leído y/o ni siquiera entiende: Ricouer, Deleuze, Derrida, Apel, Rorty, Bordieu, y toda la camada de franchutes y bochos. Toda una actitud ridícula que se tolera y hasta se aplaude.

Esta falta de crítica y auto-critica casi la hemos naturalizado, que cuesta identificar a quienes se desenvuelven con esta actitud. Y lo vuelvo a repetir, no solo causa vergüenza, sino repugnancia. No quiero imaginar cuánto mal hace esto a la construcción de un propio pensamiento.

Hay un prejuicio muy arraigado: El Alto tiene mucho corazón y poco cerebro, quizá se tenga motivo.  Al indio le ha costado sudor y sangre aprender a leer y escribir, pero no faltan, como no, para reafirmar el prejuicio, aquellos que pretenden evitar la racionalidad, y “volver” al sentipensamiento, a la comunidad, a lo popular, y, hasta lo ridículamente, áspero.

¿Hasta cuándo no habrá dignidad en nuestras acciones, palabras e ideas?

Tercero, fruto de la colonización prolongada y la complicación de la misma, en El Alto cunde el resentimiento, también en la literatura.

Y no me refiero al sano sentimiento de poder aniquilar al enemigo, al colonizador; ni tampoco al odio humano que se debe tener cuando se sufre una ofensa o ataque; sino a la imposibilidad de lograr esto, a la mediocridad de la incapacidad de poder ganar y la impotencia de aceptar su derrota. Ese re- sentimiento que lo mantiene entre hombre y animal: una bestia, es tan recurrente que hasta parece tradición. Se lee y escribe con resentimiento.

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 En cuanto al contexto:

Hace 10 años, los jóvenes no escribían, quienes lo hacían eran personajes externos y no jóvenes. Y los escritos sobre El Alto generalmente eran relatos sociales, crónicas rojas, estudios de caso, etc. aunque actualmente la tendencia aún se mantiene. Pero no había ningún rastro de literatura.

¿Y sobre qué se escribe ahora?

Los hijos de Goni continúa perteneciendo al relato social. Con la clara diferencia de que lo hace desde adentro y se trata de “literatura” propiamente.

Se encuentra en el abanico inusitado del “boom de la literatura alternativa” procedente de El Alto. ¿Será que son reconocidos como escritores por su buena “literaturalidad” o solo porque son “indios” que “saben escribir”?

En cuanto a Quya Reyna, ¿será que se lee su obra por su buena composición y su extraordinario lenguaje o solo porque es “mujer y alteña”?

Sea dicho de paso, en la corriente inclusivista, el nobel de literatura se otorgó sorpresivamente al tanzano Abdulrazak Gurnah, según el jurado, por su “penetración intransigente y compasiva en los efectos del colonialismo y el destino del refugiado entre culturas y continentes”.

Los hijos de Goni es un relato y mirada sobre la vida de los alteños, sobre distintos tópicos y sí mismos. Un libro sobre la identidad en construcción de El Alto.

¡No es paceño, ni campesino: es alteño!

Y como toda identidad, la alteña es diversa. Existen dos grupos claramente diferenciados, aunque no separados.

En un grupo se encuentran: los comerciantes prósperos, los dueños de cholets, los hijos de profesionales, etc.: una “clase social emergente”. Y en el otro, los comerciantes de subsistencia, los que viven de oficios ocasionales, familias desamparadas, etc.: “los desposeídos”.

Usualmente los unos son parientes de los otros, y en cualquier momento los pudientes, de la noche a la mañana, pueden ser pobres o viceversa. Hay una fluyente movilidad social, no hay “clases medias”.

El libro de Quya Reyna en una prosa encarnada, (re)presenta al segundo conglomerado.

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Sobre texto y forma, Los hijos de Goni, trata de una crónica-relato social de forma periodística. Tal vez a consecuencia de la formación de la autora. Las crónicas recuerdan a una combinación de Paulovich en forma (ocurrencias y anécdotas) y Vizcarra en contenido (narrativa descarnada).  

De inicio, no me agrada la portada, el color e imagen son chocantes.  Me recuerda tanto a la onda populachera de Wayna Tambo y el Centro Trono, que contrariamente de ayudar a construir una imagen alteña “positiva”, se ha cargado del estigma cholo: grotesco, al ensalzar la carencia y sus manifestaciones. Creo que ese “estilacho” es pernicioso.

Los colores usados llevan consigo una semiótica sicodélica: del gran poder, de las casas y vestimenta de antaño, pero como impostura solo es una cacofonía.

El nombre podría ser más congruente, el libro no trata sobre los hijos de Goni, lo hace sobre los hijos de los enemigos de Goni. Quizá el intento del tropo literario falseó la intención.

Los 9 textos son inacabados. Se aventuran por el lenguaje detallista y a momentos los pierde de a poco. Como si faltara espacio, como si no hubiera tiempo. Algunos de ellos faltan desarrollarse, tienen múltiples posibilidades que son dejadas de lado. Tal cual la crónica periodística.

No hay orden, los relatos son independientes, con una única conexión, su autora. Cada uno es una diferente faceta de Maribel, el sujeto de la obra. ¿El Alteño promedio?

Su género y estilo es difícilmente clasificable, no es novela (aunque se trate de un solo sujeto), de rato en rato, parece cuento, pero no es ficción. Como crónica a veces se acerca a la confesión.

Una confesión muy íntima:

“Llego el tiempo en que la Irma y yo éramos una “señoritas”. Ambas continuábamos estudiando en el mismo colegio. Ella creció en estatura, su cuerpo se desarrolló bastante y, bueno, a mí… a mí solo me vino la regla y me crecieron vellitos.”

“La Adela estaba más preocupada por los extraños, como siempre, porque mi mamá siempre fue una de ellos.”

“… aunque, siendo sincera, era incómodo dormir en ese pedazo de trapos amontonados con los cuales me vestía…”

“Era experta en sacar dinero del mandil de mamá …Sí, lo sé, era un asco. Al final se hizo hábito”

Dejo a la psicología el discutir estos párrafos.

Su lenguaje es sencillo y claro, con un sello inconfundiblemente alteño. Solo un poco inaccesible a extraños. Un aymarañol o es un español aymarizado. Por eso todos sus personajes llevan la contemporánea redundancia de esa lengua y los populismos “alteños”. De los aymaras que no saben hablar aymara, pero no pueden (o no quieren) evitarlo.

“La Adela, El Juanito, La Maribel, La Zulma, La Elva…”

“khamaneo, q’ara, ch’alla, etc.”

Expresión de esto lo es también el pseudónimo de Maribel: Quya Reyna, doblemente Reyna. En aymara Quya significa Reyna, y la u se pronuncia como la o. Es raro (o no) que ningún comentarista mencionara esto.

En momentos, deja atrás todo lo anterior y logra una mejor composición literaria. Por eso su mejor crónica es Perro gris, donde la narrativa se desarrolla entorno a sí misma.

Leamos:

“Asomé la vista donde estaba el excremento, para al menos limpiarlo, pero noté que se había vuelto negro y, al observarlo más de cerca, sentí su sabor en mi lengua, entrando por mi garganta y mezclándose con el plato de lentejas que había comido. Los granos no digeridos subieron hasta mi garganta, empujados por el líquido ácido que ya sentía en mi paladar, y fueron expulsados por la nariz y la boca; a poco estaban de salir también por mis ojos.”

La combinación de signos y el correcto orden de palabras logra la catarsis (sentimiento). Desde luego, el sentimiento, como se trata de una narrativa intima, se replica constantemente a lo largo del libro.

La verdad yo prefiero Es culpa de la colonización. Cuando leo este fragmento:

“¿Pero qué has traído? ¡Esto no es Camila, es Camela!”

Veo una paradoja existencial, una ontología en una letra. Pero lamentablemente, el testimonio queda a medias.

Por qué preferir este y no aquel, tal vez la diferencia radica en las prioridades. A unos les interesan los perros, a otros, la colonización.

Volviendo al libro, la escritura de Quya Reyna en el transfondo es traicionada por su postura política o su antipatía social.

“No, esto no es una serie norteamericana de familias blancas (en) donde todo termina con una lección de amor y empatía.”

“Pienso que por eso los alteños y alteñas no necesitan tener mucho para recibir más de esta ciudad. Es que no hay receta para ser como somos, no estamos determinados, somos lo que somos…”

Al respecto, se puede interrogar:

¿No hay familias negras en EEUU?;¿La moralidad solo es de los blancos?; ¿Solo ellos conocen el amor y la empatía?; ¿Odio y egoísmo son malos?

A pesar de todo, el relato autentico y encarnizado siempre vuelve a emerger. Su mayor cualidad, su potencial como escritora.

 “Cuando estoy confundida por cosas que no entiendo si están bien o mal; La Adela es como la brújula que me indica a donde dirigirme”

“El comercio nos unía más que una celebración con panetón, picana o fricase en una mesa.”

“De mi papá aprendí que en la vida (o) vendes o compras”

“Ya no aguantaba.  Decidí volver A Villa Dolores, ya extrañaba gritar. ¡Llévese caserrro, caserrrra!”

¡Humanismo puro!

Ese potencial se extiende tanto que a veces refleja traumas y complejos irresueltos.

No sé si una exacerbación de la carencia, pero sí una reiteración persistente.

“En mi casa no teníamos dinero para comprar carne…”;

“En mi casa ni había dinero ni para comprar cuadernos…”;

“Y es que en mi casa, no tomábamos ni leche…”

“El mayor regalo que nos había otorgado mi papi, era la miseria en que vivíamos…”

Cuánto se puede hablar de la pobreza. ¿Es un espectáculo para el lector sobre la miseria? Un porno-miseria.

Y he aquí el resentimiento, una relación problemática con el otro:

“Al salir de esa casa, no quise verlas, oculté mis manos debajo de mis mangas otra vez. Subimos al minibús con mi papá. Sentí de nuevo que todos miraban mi cara, miraban mis manos, así que las metí entre mis axilas, cubiertas por mis mangas. Miraba por la ventana, con el deseo de subir rápido a El Alto”

¿El Alto es un mundo aparte? Y qué de La Paz, otra región, otro país.

¿Dónde queda el cosmopolitismo Kolla?

Siendo otro mundo El Alto, qué se comparte. Un lugar mejor o misma carencia.

“porque mi tío Félix era más blancón”

 “Yo veía por la ventana y las casas eran cada vez más bonitas. Cuando a veces pasábamos por el Prado, no podía creer que tuvieran cines como en las películas, los jardines eran muy coloridos, las plazas eran diferentes y, mientras más nos adentrábamos en esas calles y avenidas, (más) diferente también era la gente, más blancona ”

“Siempre había genta blancona y sentía que me miraban”

“Al principio, mi papá pensaba que solo el q’ara tenía plata y por eso es que se les debía dar los productos a precio normal o más caro (como forma de justicia social por nuestros antepasados aymaras)”

“Más blancón” es la clara referencia a la escala pigmentocrática del cotidiano también presente en el colonizado, ante lo cual existe su contraparte, “más indio”.

Frente a este cuadro dramático, su lenguaje explota con un humor negro y mordacidad.

“Perro de Goni”

Este doble sentido causa tanta risa que queda grabada en la memoria.

“Y es que en el negocio no puedes estar hueveando ni perdiendo el tiempo… tienes que ser jodidamente rápida”

“Es culpa de los españoles por la colonización, pero sobre todo por sus pésimos gustos musicales”

Y como se trata de una obra social, no puede faltar el lenguaje corriente y prosaico:

“¿Quién deja de cagar en el mundo?”

“Vivimos de la caca”

“Listo para pegarme en el poto pelado”

“Después de eso, no había año en que mi papá no hablara de lo cojudo que se sentía por haberle dicho al Huicho sobre lo de Villa Dolores.”

Hasta aquí una sucinta caracterización de la obra Los hijos de Goni de Quya Reyna, que es un espejo de la identidad alteña.

Volviendo al asunto central del libro: Ergo, ¿esta es la identidad alteña?

Construida por la carencia y la improvisación, ¿lo popular y marginal?, o la otra, ¿una clase social emergente? Aunque ninguna logra constituir una identidad fuerte que se imponga como la identidad alteña.

Quya como escritora se encuentra al medio, los escritores e intelectuales populares siempre se encuentran entre ambos extremos.

Pasar del caso social a la literatura significa avance, pero insuficiente. No queremos, como sucede hoy, que cualquier texto aymara o texto alteño sea considerado tan solo una curiosidad, un mero exotismo que se expresa con sarcasmo en la frase: “los alteños también escriben”.

Por el contrario, ojalá la literatura que escriban los alteños sea invocada porque es buena literatura. Y sea, además, un propósito etnocéntrico de referencia para construir, afirmar y mejorar la identidad para sí.

No, no es como dice el libro: “no hay receta para ser como somos, no estamos determinados, somos lo que somos…”

Más allá de la contradicción de la frase, El Alto necesita determinar lo que es, lo que somos, para tener una identidad fuerte que nos haga reconocibles como “alteños”.

Sunimarka, abril 2022

 

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