Breve ensayo
Por Pablo Velásquez Mamani[1]
En un artículo anterior
presente algunas bases para el nacionalismo aymara, tema gigantesco a
debatir pues es poco asequible sobre todo para viejas generaciones que ven absortas
algo que en su tiempo era difícil concebir.
Parte sustancial del nacionalismo Aymara es la (re)constitución de una aristocracia
como parte de la solución al problema nacional y colonial. En esta
introducción presentaremos algunos
atisbos de lo que podría ser esa aristocracia aymara, y de su necesidad.
El ser nacional y la aristocracia
He escogido el denominativo de aristocracia, y no otro, por
la polémica acepción que le otorgan, sobre todo los “apologistas del pueblo”, y con motivo de que esta agudización y provocación sirva como método didáctico para la comprensión del
problema nacional. Pero a la vez, trata
de ser una forma directa y franca de tratar las cosas. Podría haber tomado otro
termino más “aceptable” para disimular o encubrir el sentido de esta
argumentación, tal como lo hace generalmente una gran parte de los teóricos de la política.
Pero es preferible asumir las cosas como son, considerando ante todo un
contexto social “boliviano” en el que eufemismos, dobles sentidos e hipocresía
son idiosincrasia para evadir problemas estructurales.
El sentido original de la palabra aristocracia proviene del
griego “aristoi”, que significa: el gobierno de los mejores, y fue acuñado por el filósofo Platón.[2]
Es esta acepción a la que recurrimos en
este escrito.
Asumiendo lo predicho, toda nación tiene algo parecido a una
aristocracia. Ésta es la que le permite avanzar a otros “estadios”, a otros niveles, al “progreso”. Se encarga de la producción
cultural. Hay muchas formas de discutir acerca de la cultura. Aquí nos
concentraremos en las cualidades de
producción y re-producción cultural.
El pueblo, las masas, la comunidad, independientemente de su
origen o procedencia, se ha dedicado a la re-producción cultural. En tanto, la
producción cultural ha estado a cargo de una aristocracia, la cual establece
valores y cánones culturales tales como: la belleza, la virtud, la sabiduría,
etc. Todo aquello que se constituye en
canon o referente de una nación.
Que serían las grandes culturas y potencias nacionales sin
su substrato cultural, sin el cual sería imposible una comunidad nacional. Es
decir, la aristocracia crea elementos de unidad nacional. Toda nación libre cuenta con una aristocracia,
independientemente del nombre y cualidad especifica de ese grupo social.
Esta característica de naciones libres, de contar con un
grupo social de los mejores y productores de cultura; es la primera cualidad en
perderse cuando ocurre un fenómeno colonial.
Los invasores
eliminan a lo mejor del pueblo
invadido para evitar y prever toda forma
posible de rebelión o reorganización, y de esta forma perpetuar
su subyugación.[3] Se
trata pues de la imposibilidad de producir cultura. Cuestión que termina
condenando a la nación colonizada a la mimesis y la reiteración. Este aspecto
es fácilmente visible cuando el colonizado manifiesta los síntomas propios:
quiere ser como el colonizador, tener lo mismo que él, etc.[4]
Un ser sin identidad, ni proyección propia, desprovisto de cualidades elevadas
e imposible de concebirse independiente o libre.
Una aristocracia, o como quiera denominársele, como
productora de valores propios, cánones culturales, es una condición de la
nación libre. Es la más dotada para pensar la libertad y unir la nación.
De principio es una verdad reconocida la inexistencia de una aristocracia local en
Bolivia. Lo único cercano a esta intención fue una oligarquía mediocre y
provinciana. Por lo cual cuando se concibe la idea de libertad, u otras elevadas cualidades como hidalguía o
nobleza, son importadas y no gestadas aquí. De tal forma que el libertador de
Bolivia es un extranjero y su nombre un producto
de la adulonería.
Más que una aristocracia era un conglomerado social de
capataces, pues su poder provenía desde afuera y por circunstancia no creada
por ellos, por tanto, improductivo y ajeno a la idea de constituir una nación,
sino un tan solo una encomienda.
Esta íntima dependencia con lo externo termina generando uno
de los mayores problemas: la xenofilia. La mímesis y no la autenticidad nacional.
Los ejemplos sobreabundan sobre este asunto. Baste mencionar que las
constituciones políticas del Estado, los sistemas educativos y hasta la
simbología no son más que copia de
acuerdo a la moda temporal.
Pero el asunto no fue comprendido, sino hasta confundido. No se debía únicamente a la
exacción de materia prima, es decir, a la razón economicista, el colonialismo está
íntimamente ligado al aspecto cultural, al ser nacional.
Si hubiera algo así como una “burguesía nacional”, muy
probablemente ésta se comportaría como lo hiso con Patiño y Fernández. Ello no
sólo porque una burguesía “nacional”
sería imposible en condiciones
coloniales, sino porque también el
“sujeto social” que pretendía serlo era el equivocado. Una burguesía como desgaje de la colonialidad y el poder
colonial nunca podría ser nacional, por su alto nivel de dependencia, su poder
le viene de la colonialidad y es cómplice
de ella. La colonización nunca es para quedarse y hacer una nación, sino
temporalmente establecer una colonia para
la explotación material y espiritual.
La revolución nacional de 1952 hizo todo, menos una revolución
nacional. El ser nacional debía guiar y empoderarse , el ser nacional que es lo
más fuerte e íntimo en cuanto a identidad. En cambio aquí, no se comprendió al
ser nacional, y se trató de impostarlo basado en un modelo de la ambigüedad, y
no hay más descripción cabal de la ambigüedad que el proyecto del
mestizaje. El problema del ser nacional
no solo era un discurso, ahora era un conglomerado social, o se pretendía que
lo fuere. La mentalidad de lo mestizo, no puede gestar una nación por
definición, pues la delimitación de qué
es lo mestizo se halla entre la ambigüedad y la vaguedad, como se menciona
popularmente se halla “montada entre dos caballos”, o quizás más, y
por tanto la indefinición. Pero si el mestizo representaba a los dos mundos,
tanto el del colonizado como del colonizador, entre el extranjero y el nativo,
si pretendía convertirse en el ser nacional, debía estar más cerca del mismo,
es decir del nativo, del aymara; sin
embargo, la historia ha demostrado que la balanza tendía al lado del
colonizador. En otras palabras, en mestizo siempre quiso ser blanco, y no indio,
no aymara, siempre quiso ser extranjero y no local.
Por tanto, ni cuantitativamente
ni cualitativamente los extranjeros (o
los que pretenden serlo) podían
constituirse en el ser nacional, como se ha intentado hacer creer todos estos
años. Por el contrario, tal intento de impostura y de asimilación ha tenido un
resultado aberrante: el cholaje y el birlochaje, dos caras de una misma medalla[5].
Y la actualidad política es poco alentadora, ha confundido más
aun las cosas. Cambiar el ser nacional por la plurinacionalidad, no es solo un
error, sino una contravención al ser
nacional, lo aymara.
La insuficiencia de la burguesía
Aymara y el deber de su aristocracia
A lo largo de la historia, lo aymara es quien más íntegramente cumple con las cualidades de nación.
La nación como pasado común es la nación aymara. Pero la nación debe entenderse
también como futuro común, y en las
condiciones actuales del mundo, el mayor potencial se halla en lo aymara. Esta relación pasado –futuro como nación se
demuestra en cada presente. Así la nación aymara ha tenido la versatilidad
necesaria para continuar y no
desaparecer a pesar del colonialismo. Cuando debió trabajar el agro, fue
agricultor, cuando debió inmiscuirse en la educación formal, aprendió a leer y
escribir para seguir, y cuando el mercado le exigió condiciones para subsistir,
no solo lo hizo, sino logró triunfar; he ahí la emergente “burguesía” aymara.
Pero hay que insistir con vehemencia, la burguesía emergente no es “chola”,
como se ha difamado. Cholo es el blanco y mestizo, no el aymara
Como nación es citadino y campesino, como nación es
tradición y modernidad; como nación reproduce su cultura y se reinventa; pero
siempre como nación que debe buscar su propio Estado.
Por tanto, no hay otro ser nacional que no sea lo aymara. Urge
una revolución nacional, con el ser nacional y una aristocracia que guie a la constitución y unificación de la
nación.
El Aymara como nación, colonizada, fragmentada, ha
permanecido en su territorio, y no ha logrado ser desplazado, incluso, se puede
afirmar, que su presencia se ha expandido.
Pero todo lo acaecido es insuficiente. Tiene dinero, tiene instrucción superior pero
todavía no pretende su Estado, su realización como nación. Y es porque no ha
dado el paso final y decisivo: La constitución de una aristocracia propia, que
en otras palabras significa, la libertad de toda dependencia. Cosa que todavía
no puede, porque le faltan cánones culturales de afirmación. Le falta el
discurso nacionalista Aymara, le falta nacionalistas Aymaras para romper con el
circulo vicioso de la colonialidad.
Solo cuando tenga una aristocracia propia podrá concebirse
independiente, soberano y libre, en cambio cuando el falta: el aymara popular y
campesino es mayoría, pero es tratado- consciente ser tratado- como minoría,
además de ser usado para otras causas y no la suya; el aymara que tiene
educación e instrucción superior, es- y
consciente ser- calificado como un ignorante e igualado, además de su
sinsentido social de formación, no piensa en las aspiraciones de su nación,
sino las del Estado impostor; el aymara que tiene dinero es tratado como si fuera del lumpen.
Mas no se trata tan solo
como define el colonizador, sino también como el colonizado actúa.
Tiene tina para bañarse, pero está llena de mercaderías.
Tiene dinero pero no sabe qué hacer con él, ni como disfrutarlo. Tiene educación
pero actúa como “cholo”. Es decir, a
falta de una propia aristocracia, asume fines, cánones y valores no propios, y
como no le son propios, no son diseñados ni pensados para él, y termina
reproduciéndose una cacofonía cultural que tiene como resultado una cultura
pedestre y rudimentaria.
Esta es la mentalidad de un pueblo esclavo.
Es decir, el pueblo
aymara esta desprovisto de una clase social capaz de disputar el poder. Y ese
es el primer deber de la aristocracia aymara, la disputa del poder y la
consagración de su soberanía y libertad política.
Le compete unificar la nación Aymara mediante cánones
culturales, una nación con un pasado y futuro común, generando una unidad de
sentido y simbólica.
Debe afrontar la tarea de crear cánones culturales. Hasta
ahora lo aymara se ha reproducido entre sus vestigios, reinvenciones e
incorporaciones, en la medida de las
posibilidades de una pueblo colonizado en permanente lucha. La aristocracia
debe mejorar los cánones ya existentes, debe darles la cualidad que permita que
el aymara se sienta orgulloso de ellos. Pero también debe crear otros nuevos,
ante todo, otros que refieran al aymara triunfante, hidalgo, virtuoso y bello.
Sencillamente responder a las aspiraciones humanas del aymara. A la elevación
de lo aymara.
Esta aristocracia Aymara debe volver a la mentalidad de un ser libre, y cultivarla. Y esa tarea no
pasa por la negación o dubitativa ante el qué se es, sino por la afirmación
gallarda.
Como hombre culto y ser bello debe expresarse en su máximo esplendor. Sus actos
nobles e hidalgos deben hablar de la grandeza del aymara, sus cualidades y
dones deben cultivar la distinción de lo aymara, su fenotipo (raza) debe sobreponerse
por sus cualidades estéticas tanto en cuerpo
y creación.
El aymara no debe admirar ni seguir a nadie; sino a sí
mismo.
[1]
Miembro fundador del MINKA, estudió comunicación y filosofía, y es maestrante
en filosofía Andina en la UMSA.
[2]
Platón, La república. Ed. Gredos. Madrid. 1992.
[3]Veáse:
Etienne de la Boetie. Discurso de la servidumbre voluntaria. Tecnos. Madrid.
1986.
[4]
Fausto Reinaga a lo largo de sus obras describe, a manera de crónica, el camino
tortuoso para el reconocimiento identitario, y las múltiples formas de
alienación cultural; por su parte Fanón hace lo mismo pero desde una
perspectiva psiquiátrica y nos deja este parrafó muy claro: “ La mirada que el
colonizado lanza sobre la ciudad del colono es una mirada de lujuria, una
mirada de deseo. Sueños de posesión. Todos los modos de posesión: sentarse
a la mesa del colono, acostarse en la
cama del colono, si es posible con su mujer.” En: Frantz Fanon, Los condenados de la tierra.
Fondo de cultura económica. México. 1963
[5]
Nos parece por demás ilustrativo lo que dice HCF Mansilla acerca de las elites
en Bolivia, que buena parte trascribimos aquí por el “exquisitez” que tiene: “A las altas
clases bolivianas les falta… también un
arte de vida, un modo de configurar la vida que sea razonable en sentido ético y estético… Las clase alta
boliviana tampoco conoce la reglas de cortesía y distinción. Un abismo separa
esta aristocracia de nuestras élites cuyos miembros representan a menudo
palurdos enriquecidos súbitamente, vanidosos sin refinamiento, torpes sin
clemencia, seres a los cuales literalmente se les subió el humo a la cabeza para no bajar nunca más.
Hay que ver el desprecio con que tratan a sus sobordinados y como se humillan
ante los más poderosos que ellos…. Poseen un sistema de conversación
pueblerino, que consiste en unos pocos motivos repetitivos y un estilo
chabacano… Se asombran de que alguien tenga otros gustos sobre la comida, la
vestimenta y las mujeres, y hasta se molestan por ello, pero no se sorprenden
en lo más mínimo si el interlocutor es narcotraficante o defraudador de fondos
públicos… muchas damas de la clase alta están profundamente orgullosas de su ignorancia…Se divierten hablando de
teléfonos celulares, computadoras y agendas electrónicas, es decir de temáticas
que corresponden en realidad a sus
secretarias y a su personal subalterno.
No salen del radio urbano, pues no sienten ninguna curiosidad por el paisaje y
, en el fondo, por el país que les rodea. La antigua oligarquía previa a 1952 trataba de imitar a la
aristocracia europea y se orientaba por Londres y París; la nueva elite remeda
a la clase media norteamericana y su paradigma es Miami…
En 1930 Carlos Medinaceli sostuvo que la clase alta
boliviana estaba profundamente ´desaristocratizada´, habiendo preservado
únicamente ´la cholería del amor de lujo, a las comodidades, a la vanidad de
aldea´” En: HCF
Mansilla. El carácter conservador de la nación boliviana. Visiones de la
sociedad en la Bolivia contenporánea. El país. Santa Cruz-Bolivia. 2010. Pags.
74-76